domingo, 14 de marzo de 2010

En el ambiente de la abubilla

Hola a tod@s.
Éstos días, durante la pequeña tregua que ha dado el tiempo, le he dedicado un par de jornadas a esta bonita y fotogénica ave.
He utilizado para ello un hide, tumbado a ras de tierra, para de esta forma ponerme a la altura de la abubilla cuando se encuentra en el suelo alimentándose, donde la solemos observar en la mayoría de las ocasiones.
Éstas son alguna de las imágenes de estos días.

Un saludo.


D-300, 500 mm f/4.5. 1.4 x. 1/320 a f/7.1. ISO 320.


D-300, 500 mm f/4.5. 1/2.500 a f/7.1. ISO 320.



D-300, 500 mm f/4.5. 1/1.250 a f/7.1, -0.3 ev. ISO 320



D-300, 500 mm f/4.5. 1/1.000 a f/7.1. ISO 320.



D-300, 500 f/4.5. 1.4 x. . 1/320 f/7.1, -0.7 ev. ISO 320.



D-300, 500 f/4.5. 1.4 x. . 1/320 f/7.1, -0.7 ev. ISO 320.

viernes, 12 de marzo de 2010

Entrevista en el canal 24 Horas de RTVE

Hola a tod@s.
Ayer por la tarde nos entrevistaron a Fernando Ortega de Fotonatura y a un servidor en el canal 24 Horas de RTVE, en un pequeño reportaje sobre fotografía de naturaleza en el marco del aniversario del fallecimiento de Felix Rodriguez de la Fuente. Para mi fue todo un honor y creo que fue también un pequeño homenaje y reconocimiento hacia todos los que hacemos fotografía de naturaleza. Fué toda una experiencia la verdad.
Os dejo un enlace donde se puede ver la entrevista, mientras dure en la web de RTVE, para aquellos que queráis echarle un vistazo:

http://www.rtve.es/mediateca/videos/20100311/tarde-24-horas-11-03-10/717292.shtml

Un saludo.

martes, 9 de marzo de 2010

SENSACIONES A RAS DE AGUA



Hace un tiempo, al regalarme una persona muy querida el libro de un conocido fotógrafo escocés, contemplé una imagen que me dejaría marcado por mucho tiempo. Se trataba de la fotografía de un eider deslizándose y fundiéndose entre una línea de agua, gracias a un precioso y suave desenfoque y un control de la profundidad de campo como no había visto hasta el momento en una imagen de ese tipo.
Aquella fue la primera imagen que vi de una ave acuática realizada desde dentro del agua, con la ayuda de un hidrohide, hide flotante o acuático, o como queramos llamarlo. Me impactaron los detalles que he comentado. Sin embargo, lo que más llamó mi atención en ese momento fue la sensación de intimidad y de interacción entre fotógrafo y animal que transmitía esa imagen. Probablemente el punto de vista a ras de agua tenía mucho que ver con esa sensación.




Lo primero que hice después de admirar la foto fue saltarme todos los capítulos previos del libro y buscar en el índice que era aquello de “puesto de camuflaje anfibio”, como aparecía en la traducción, que había utilizado el autor para realizar la fotografía. Me dije, una vez descubierta esta información, que tenía algo más que ganas de probar ese sistema; en cierta medida era algo que necesitaba. El fotógrafo escocés se llama Niall Benvie y su libro “Fotografía de la Naturaleza. Imágenes perfectas con la cámara y el ordenador” es al que me refiero y el culpable, sin duda, de que haya pasado bastantes jornadas fotografiando metido en el agua.

Más adelante, gracias a la información a la que es posible acceder en la red hoy en día, pude ver y disfrutar de imágenes realizadas con esta técnica por muy buenos fotógrafos de nuestra geografía más cercana, que me dejaron también gratamente sorprendido. Son varios y muy conocidos, así como sus imágenes, por lo que no voy a citarlos por miedo a dejar alguno en el tintero.

El hide acuático o hidrohide es un aguardo fotográfico ideado para trabajar principalmente con especies acuáticas, desde el agua. Se trata básicamente de una plataforma flotante sobre la que se apoya el equipo, y cuyo conjunto está a su vez recubierto de una tela o plástico de un color discreto o de camuflaje, que se sostiene con algún tipo de estructura, como cualquier otro hide. La plataforma puede estar realizada de multitud de materiales que tengan flotabilidad. Yo utilizo varias planchas de polietileno unidas entre sí.



Tratándose de especies acuáticas los principales motivos fotográficos, toda focal se hace corta, por lo que es muy recomendable trabajar con teleobjetivos y duplicadores, a ser posible. Aún permitiendo este tipo de hide aproximaciones importantes con ciertas especies y en según que lugares, hay aves como las anátidas y ciertas ardeidas que tienen un marcado carácter desconfiado y huidizo. Recordemos que aún son especies cinegéticas en muchas Comunidades Autónomas, por lo que el más mínimo movimiento extraño o traspasar la llamada “línea del miedo”, les hará levantar el vuelo, asustando con ello a otras aves de las inmediaciones.



Un teleobjetivo que permita fotografiar a cierta distancia es muy necesario. Además, estas ópticas utilizadas con sus mayores aperturas de diafragma permiten separar a los sujetos del fondo y del agua en primer plano, haciéndolos destacar sobre la vegetación palustre de las orillas de los humedales. Particularmente, utilizo grandes aperturas para aumentar aún más el desenfoque del agua en el primer término y el fondo, desenfoque que se ve potenciado al fotografiar desde un punto de vista especialmente bajo, a muy poca altura respecto a la línea del agua. Busco con ello un efecto puramente estético.



Una ventaja añadida a la utilización de largas focales es que se minimizan las molestias y el impacto sobre la fauna, circunstancia de especial importancia. Hay que tomar ciertas precauciones en este aspecto. La mayoría de las aves acuáticas nidifican, descansan o buscan refugio al abrigo de la vegetación que circunda un humedal, motivo suficiente para acceder al agua desde una zona despejada de vegetación y donde hayamos observado con antelación que no hay ejemplares nidificando en sus proximidades. Si nuestra actividad coincide con la época reproductora, estas precauciones deben ser tenidas en cuenta prácticamente durante toda la primavera y el verano, ya que hay especies que realizan varias puestas, alargándose el delicado periodo reproductor.





Muchas aves acuáticas construyen sus nidos sobre plataformas flotantes o utilizan éstas como lugar de descanso. Debemos tener especial cuidado con esto también: no se debe avanzar con este tipo de hide, digamos, “a ciegas”, arrastrando o tumbando la vegetación palustre a nuestro paso. Siempre intento acceder al agua en un lugar desde el que las aves no tengan contacto visual con el hide. Aprovecho un brazo de agua en un río o laguna y luego voy acercándome muy despacio al punto apropiado. Así las aves creen ver un bulto flotando, una isla de vegetación más del lugar. Se trata, en definitiva, de evitar molestias innecesarias a la fauna e intervenir lo menos posible en ese entorno, lo que además nos reportará mejores resultados.


Recuerdo la primera vez que me enfundé unos vadeadores y, con el equipo justo colgado al cuello, me introduje en el agua. Aún con los nervios algo atenazados y el lógico miedo a dañar o perder el equipo, la experiencia me dejó fascinado. No exagero. Disfrutaba de un punto de vista único y la posibilidad de desplazarme buscando diferentes encuadres, luces y fondos, era una forma de trabajar difícilmente alcanzable desde tierra. Tuve unas sensaciones que quizá sólo aquellos que han utilizado éste método puedan entender, y que me dejaron tan marcado como aquella imagen del eider que tengo grabada en mis retinas y neuronas.



A veces he dejado la plataforma que utilizo escondida en la orilla de una laguna para tenerla preparada al amanecer, llamar lo menos posible la atención y aprovechar las primeras luces. No es raro, en esas circunstancias, encontrar ocasionales moradores. Arañas y otros invertebrados encuentran rápido acomodo entre los huecos y rendijas de la plataforma flotante. Es incluso cómico verlos correteando en nerviosa procesión por encima de todo para escapar de aquella repentina e inesperada visita que supone mi presencia. Siempre hay alguno de estos invitados que se niega a abandonar su cómodo agujero y, en el momento menos oportuno, hace su aparición. A menudo he sentido el cosquilleo de sus “andares” en cuello y extremidades superiores, mientras estaba en plena faena tratando de inmortalizar alguna ave próxima. En esos momentos los mosquitos (algunos, por cierto, deben ser inmunes a los repelentes) se convierten en una molestia menor.



Son también situaciones incómodas aquellas en las que se pisa lodo o cieno, con el desagradable olor que desprende al ser removido. Quien haya estado en una orilla encenagada, dejando sus pies clavados en ella, sabe a lo que me refiero. Si no te acostumbras al olor es sencillamente insoportable.
El lodo supone un riesgo para nuestra integridad física y la del equipo, en función de la profundidad que tenga. Es este un extremo que hay que ponderar y comprobar concienzudamente el lugar elegido antes de trabajar en él: no es difícil quedarse literalmente clavado en un lecho de río o laguna que se encuentre encenagado.
Cuando probé mi segundo hidrohide, tuve que dejar los vadeadores clavados en el lodo y salir de la orilla a rastras, tan sólo con los calcetines puestos, asiéndome a la vegetación de la orilla. Sabía que había lodo allí… pero no tanto, la verdad. Pasé un mal rato. Por supuesto, rescaté los vadeadores, entre otras cosas porque no era cuestión de dejar abandonada porquería en el río. Desde entonces, siempre llevo el móvil en una bolsa estanca colgada del cuello (ya se me ha "ahogado" uno en una ocasión) junto con unas tijeras de podar, por si hay que llamar a una grúa o escapar de la trampa que pueden suponer unos vadeadores hundidos en el cieno.



¡Y qué decir del calor o el frío! Como en cualquier trabajo en la naturaleza, las inclemencias del tiempo, según sea la época del año, se convierten en serias incomodidades. Recuerdo una jornada fotografiando cercetas en un lugar que contaba con sólo un palmo de agua de profundidad y el fondo, encenagado. Las temperaturas eran muy frías en aquella época del año. Después de un par de horas en la misma postura, apoyado sobre unos tallos de carrizo, para no quedarme clavado, y a horcajadas en el interior de un exiguo y claustrofóbico hide, no paraba de sudar y la condensación en el techo de nylon del aguardo fue tal que no paré de secar el equipo y mi despejada frente con un paño. Era algo con lo que no contaba, que en pleno mes de enero iba a pasar más calor que en otras épocas del año. Eso sí, aprovecho para recomendar que al afrontar una jornada durante los meses fríos es conveniente y lógico ir bien pertrechado con ropa térmica, impermeable, neopreno, etc. En el agua, al frío hay que respetarlo.



Pero no todo van a ser incomodidades. Las pequeñas vicisitudes se ven compensadas con creces cuando comienzas a escuchar el canto de un calamón e intuyes su presencia entre la vegetación. Sabes que está ahí y no logras verlo; sólo puedes apreciar el movimiento de eneas y carrizos Y al fin aparece, además, iluminado por esa luz propia de los últimos instantes de la tarde, que envuelve y hace brillar la vegetación tornándola en tonos verdes esmeralda únicos; observas a través del visor de la cámara como con sus singulares patas, agarra largos y tiernos tallos de enea de la orilla y con una facilidad y habilidad asombrosa los corta y se alimenta. Y todo ello observado a ras de agua, a su misma altura, en su medio y siendo testigo de excepción de un momento cien por cien natural, con una intervención mínima por parte del fotógrafo.




Otros momentos inolvidables que compensan todas las incomodidades y que hacen asumir el riesgo para el equipo y para nosotros mismos, han sido aquellos en los que, con el agua prácticamente hasta el cuello, se llega a ser testigo de situaciones espectaculares, como las protagonizadas por los somormujos lavancos. Es una especie que se encuentra segura y a placer en aguas profundas de los humedales, donde puede zambullirse y pescar con garantías de éxito.

Salvo en algunos lugares, será en aguas profundas, y normalmente alejadas de la orilla, donde se podrá encontrar a los somormujos la mayor parte del tiempo. Y es ahí, en una posición vulnerable para ti y tu equipo, lejos de la seguridad de la orilla, donde esta especie se desenvuelve sin ningún tipo de aprensión y con total naturalidad. Entonces es posible ser testigo privilegiado de uno de los acontecimientos más bellos que se pueden disfrutar en la naturaleza, la parada nupcial de los somormujos lavancos.



Poder observar este espectáculo, u otros comportamientos animales, a una distancia relativamente corta y al nivel del agua, es una experiencia difícilmente explicable, algo que quizá sólo se entienda cuando se está ahí, en ese momento, en esas circunstancias, sintiéndose, como decía, un espectador privilegiado, un habitante más del humedal.

Al terminar la jornada, recoges, limpias y guardas el equipo. Te sientas empapado en sudor y agua a la sombra de un taray, a repasar y visualizar con calma esas imágenes que se han quedado grabadas en la tarjeta de la cámara y en tu memoria. Con un sol de justicia en lo más alto, de los que habitualmente castigan la zona central de la península ibérica en los meses de verano, aún queda un largo camino hasta el coche, cargando con el equipo, los vadeadores empapados (por fuera y por dentro) y el hide. Pero apenas se nota el cansancio, la sensación es más cercana a la euforia; el bajón físico llegará después, cuando disfrutando de las comodidades del hogar, al visualizar las imágenes con más tranquilidad, comienzas a revivir los momentos de los que has sido testigo esa jornada, momentos inolvidables. Para quienes amamos la naturaleza y la fotografía de ésta, son buenas sensaciones, sin duda, las mejores que uno pueda tener.